LA PAZ, Bolivia, 18.03.2023, (JA).- Allá por el 20 14, a las 13:20 de 18 de 01, (18.01.2014) en las inmediaciones de la Av Simón Bolivar de la ciudad de La Paz, frente al ingreso de Calle Wenceslao Argandoña, abordé un minibús que me llevaría por los treinta minutos más impactante en la ruta de la Autopista La Paz – El Alto.

Cuando ascendí a ese vehículo cargando la mochila con la cámara fotográfica y el iPad, y con las manos llenas de billetes tamaño Alasita 20 14, nunca imaginé que tendría la experiencia más angustiante que podía tener como periodista al estar frente a un condenado a sobrevivir conectado a una máquina día por medio, hecho que una década después, me llevaría a escribir esa historia de ‘agonía’.

Distraído aún por la magia de la inauguración de la Feria de Mayorista de Alasita, me senté al lado del protagonista de este drama: un hombre mediano de 70 años, con el rostro marcado por el exceso de bilirrubina, que me dijo con confianza, por primera vez: «con ese billete, yo me compraría un riñón». Yo llevaba entonces unos cuantos billetes de Bs. 100, impresos en hojas bond, y sólo atiné a darle algunos de ellos en ese instante, como respuesta instintiva al entusiasmo con el que pronunció esas palabras, sin imaginar la vida de Ángel Miguel (nombre convencional).

¿Cuántos de ustedes, se sienta a lado de un pasajero ocasional en el transporte y en los primeros 15 segundo ya sabes que estás hablando con un enfermo renal?.

Por esa razón, en ese momento no atiné a activar de inmediato mi grabadora de mano o el celular para registrar la historia, porque creí que sería una de esas charlas protocolares de saludo que duran un minuto, pero no fue así. Cuando descendí del minibús en la Parada, al cabo de mi destino, había recorrido por varios años del peregrinaje de un padre de familia, que realizaba el mismo ritual, día por medio, para seguir latiendo en el presente de sus hijos.

Uno de ellos, joven de entre 20 y 30 años, con niños como hijos, le hizo la propuesta de donarle uno de sus riñones. A lo que siempre respondía amablemente: «‘no hijo, tú eres muy joven, tienes hijos y esposa, tienes un futuro por delante y yo ya he vivido el mío’. Además ¿de dónde iba a sacar 10 mil dólares para que me realicen el transplante en Chile o donde sea?», añadió el sobreviviente.

Desde entonces estás manifestaciones de amor entre un padre y sus hijos siempre dieron vueltas en mi mente, como un pendiente, entre las tareas a realizar durante los últimos diez años. Se lo debía a don Ángel Gabriel. Porque él, con la entusiasmo del héroe que quiere dar su testimonio, me dio detalles gráficos de su peregrinaje de todos los días martes, jueves, y sábados, de todas las semanas desde hace ya varios años.

Despertar sólo a la media noche, tomar el minibús desde la zona de Rio Seco hasta La Ceja de El Alto; luego sortear otro minibús que le transporte hasta la zona de Miraflores, donde debía permanecer en fila en las frías madrugadas paceñas para conseguir la ficha y el turno que le posibilitaría conectarse a la máquina por varias horas, para limpiar la sangre de la bilirrubina.

Él recordó que el retorno a casa pasada las 14:00 ó 15:00 p.m., siempre era difícil debido al inmenso esfuerzo que realizaba en el periodo que estaba conectado a la máquina de diálisis. La hemodiálisis puede tener como síntomas náuseas, dolores de cabeza, calambres, comezón y cansancio.

Pacientes en hemodiálisis (foto La Razón)
Pacientes en hemodiálisis (foto La Razón)

Mientras Ángel Miguel me contaba su historia, recuerdo también que me dio detalles incluso de sus gastos económicos cuando realizaba esa rutina para continuar existiendo en ese presente. Recuerdo que me dijo que las sesiones conectadas a la maquina de hemodiálisis era de al menos cuatro largas y desgastantes horas. El tratamiento se lo realizaba día por medio, los martes, jueves y sábados, y debía ser así por el resto de su vida.

Ángel Miguel era un hombre de 70 años y contaba con el soporte de sus hijos en lo emocional, en lo económico, por lo que podía dedicar más de media jornada laboral para realizarse el tratamiento. Pero ¿qué hay de aquellos jóvenes de 30 o 40 años de edad, pacientes renales con la obligación de cumplir horarios de trabajo y a la vez, tener que someterse a cuatro horas de sesiones, día por medio?.

Hasta el mes de julio de 2022, aproximadamente 646 pacientes se encontraban en hemodiálisis en el sistema de salud público. Mientras que otros 570 pacientes estaban en el sistema de la seguridad social. De ese grupo de personas con el tratamiento de hemodiálisis, siete eran menores de edad.

Según los datos del Ministerio de Salud hasta marzo de 2022, se habían registrado aproximadamente 5.200 pacientes con enfermedad renal de grado 5. Para el Estado boliviano esto implica una inversión de Bs 300 millones, solo para la atención de esta población afiliada al Sistema Único de Salud (SUS).

Lamentablemente el problema renal se lo detecta muy tarde, al ser una enfermedad que no duele y no tiene otros síntomas. Aunque la presencia de edemas a nivel de los párpados y pies hinchados pueden ser una alerta para los pacientes que ya tienen anemia y un daño renal con un estadio 5, lo que implica directamente el tratamiento de la hemodiálisis.

Para los enfermos renales, atravesar la afección conlleva un largo y complicado tratamiento, por la dureza que implica una hemodiálisis en sus organismos ya debilitados por este mal. Su esperanza son los trasplantes de riñón, aunque los donantes son escasos, al no existir programas de donantes cadavéricos en Bolivia.

JA/rc

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